LA SUERTE DE ANDREI
El valle del Inguri, en la región georgiana de Svanetia, remoto en las alturas del Gran Cáucaso, posee una belleza salvaje y singular; un irrepetible mundo aparte y, sin embargo, un caso de lo más extendido: pueblos abandonados, servicios públicos vitales como sanidad o transporte prácticamente nulos, poco trabajo que hacer y, desde la apertura del aeropuerto en Mestia, el deseo colectivo en toda la región de que el turismo siga arreciando. Andrei, nativo del valle de cincuenta y tantos años, ha aprendido que el chollo de heredar bien joven una próspera hacienda ganadera dejó de serlo justo entonces, al caer la Unión Soviética, y que ahora sus animales, su leche y sus prados trabajados de sol a sol apenas le dan para pagarse el médico. La creciente marea turística le alienta y ya está metido en reformas con vistas a alquilar e ir aligerando la cuadra. Además, como solterón empedernido, confía en que su suerte con las mujeres cambie ahora que ya no necesita buscar una compañera dispuesta a tirar de vacas.